Articulos de gerardo rodriguez               profesor de biologia



 

 

CARTA A LA “NUEVA NORMALIDAD”

 

por Gerardo Rodríguez Mirallas. 

Profesor de biología en el Colegio Ntra. Sra. Del Carmen de León y Documentalista del proyecto de divulgación “El Juego de Darwin”

 

Lemra, Caroloi y Maison, junto a otros dos moranis de la etnia masai, nos han acompañado a profesores y alumnos hasta los vehículos en el campamento al pie de la montaña de Dios, el volcán Ol Donyo Lengai, un titán con alma de fuego que vigila el lago Natron en el Rift africano.

 

Regresamos ya a España para estar con la familia y asistir a clases teóricas presenciales de otras materias. Allí seguiremos preparando nuestro próximo viaje, gracias a las becas intercontinentales Arsuaga plus, a bordo del buque-colegio Félix Rodríguez de la Fuente (ballenero noruego reformado y propulsado con un reactor nuclear de fusión atómica) para la investigación, la educación y el fomento de las ciencias de la Tierra y del medioambiente, con destino a las islas Aleutianas…

 

Las antiguas pandemias del Covid-19 y el llamado Siberia-22, una cepa bacteriana mortífera procedente del permafrost boreal, sirvieron para instaurar los nuevos métodos de enseñanza a distancia o en pequeños grupos e impulsar de manera definitiva la protección del medio ambiente a escala mundial para frenar el cambio climático, la pérdida de diversidad y la mitigación de las zoonosis. Gracias a la implantación de los métodos de teletrabajo surgidos a raíz de los citados incidentes sanitarios, la formación teórica se solventó mediante videoconferencias y en la actualidad las proyecciones holográficas sustituyen casi por completo las antiguas clases teóricas presenciales.

 

En el pasado, el fracaso de las consignas conservacionistas, no consolidaban nuevos concienciados porque el único público coherente con ellas era el que ya simpatizaba previamente. El gran público, y en especial el sector juvenil, no tenía interés en los bichos ni en la naturaleza en general. Los cauces de difusión que llegaban a las masas estaban saturados por seductores productos de fácil asimilación y publicidad. Las generaciones nacidas entre Rodríguez de la Fuente y el Covid-19 resultaban ser refractarias a la mayoría de los aspectos ambientales. Su estado de fosilización psicológica, por no haber tenido una infancia ligada al medio natural, sólo les permitía aceptar pequeñas medidas como el reciclaje. El único cauce para vehiculizar el conocimiento ambiental pasaba por la digestión inconsciente de la cultura a través de formatos edulcorados o anecdóticos sobre un armazón de “reality” o espectáculo, con píldoras chocarreras y procaces. Había una fuerte oposición a la “clonación de memes” que mezclaban la solemnidad de los osos pardos cantábricos, la majestad de los leones del Serengueti, o la trascendental actividad de las abejas, con las groserías de la vecina rubia.  La competición entre la difusión de la cultura y de la bobada, era semejante a la que había entre la gran hamburguesa kahuna o las gominolas, y la ensalada poco aliñada o el pollo a la plancha y sin sal; la mayoría prefiere la primera opción, aunque sea la menos sana. El debate abierto sugirió un origen en el llamado “Lamarkismo cultural” según el que la irresponsabilidad social y la negligencia gubernamental se derivaba de la consideración de que en cada generación había una adopción tácita de la cultura y valores de las precedentes. 

 

El despertar de las pandemias y otras pesadillas abisales, en forma del último de los cuatro jinetes, indujo un cambio necesario y definitivo. La verdadera contrición social podemos evaluarla ahora según los nuevos comportamientos y no por los motivos, que siempre fueron conocidos y eficazmente ignorados. La renovación del sistema educativo dio sus mayores frutos con la potenciación de materias de índole social, sanitaria y práctica (y entre las disciplinas prácticas el mayor protagonismo lo cobraron las relacionadas con la conservación de la vida). Fue traumática la adaptación de los docentes. Los profesores de todas las áreas tuvieron que formarse por la vía rápida para la educación transversal de una materia universal, la biología, pero no fue algo progresivo; era mejor arrancar la tirita de golpe y quien no lo hizo pasó al sector laboral “María Antonieta”.

 

Hoy las nuevas generaciones poseen unos valores sin los que no se podría haber sobrevivido como civilización a las calamidades sanitarias pasadas. No se trata de meras directrices de índole instrumental para soslayar multas, se trata de valores vitales.

 

La obligatoriedad de la educación física y alimentaria, tanto en los distintos niveles educativos como en todos los entornos laborales, ha permitido un inmenso ahorro al sistema sanitario durante décadas, incluso en las consultas de traumatología, a pesar de lesiones deportivas articulares y musculares. La gente es ahora más fuerte, sana y tiene más resistencia en su trabajo por lo que la incidencia en la economía compensa con creces los desastres derivados de las burbujas inmobiliarias y los lucros cesantes por el impacto de las pandemias. Pero no sólo eso; el cambio de alimentación redujo el consumo de agua para cultivos forrajeros, la disminución de la ganadería intensiva, el gasto de agua dulce y las emisiones de CO2. El rechazo hacia ingredientes como el aceite de palma y el compromiso de territorios como Wallacea han permitido la recuperación de inmensas extensiones de selva tropical.

 

Las ciudades son ahora verdaderos titanes. Gracias a la educación en sostenibilidad ahora se gestionan racionalmente y de forma perdurable, a semejanza de las nuevas colonias experimentales instaladas en marte y la luna. Así León (donde se incardina la dirección de nuestro centro educativo) como otras muchas pequeñas ciudades españolas y europeas, ha podido asumir los esfuerzos para convertirse en ciudad inteligente (“Smart-city”). La expansión de la urbe se ha contenido gracias al diseño funcional de la nueva arquitectura piramidal o retranqueada, que permite la entrada del sol en las calles, la circulación del aire, unificación visual del patrón estético de la ciudad, la construcción ilimitada en altura y la mejor gestión energética posible, en lo que se incluye la implantación de paneles solares, hasta la finalización de las nuevas centrales de fusión atómica no contaminantes. Las megapirámides y las “cordilleras de cristal” (largos edificios de sección vertical triangular) permiten prescindir del transporte en vehículos individuales casi por completo ya que todo está próximo a pie. La calidad del aire y el uso del agua residual y de lluvia han mejorado gracias a la presencia de jardines verticales que actúan como depuradoras de agua y aire, además de aislantes térmicos.

 

Los jóvenes como nuestros alumnos, y ya muchos adultos, son capaces de diseñar su propia dieta en consonancia a su actividad y perfil anatómico y genético.  Debido a ello, la demanda de alimentos ecológicos, de temporada y producidos “in situ”, ha favorecido la economía local y ha sido un revulsivo para los entornos rurales. Una de las consecuencias más vistosas es el resurgimiento de los minifundios y los paisajes culturales tradicionales asociados a la agricultura y ganadería extensiva. El mundo rural acoge ahora a mucha más gente joven, en especial mujeres, que practican el teletrabajo.

 

La pirámide poblacional se está corrigiendo gracias al sistema de incentivos fiscales variables para cada intervalo generacional. Los niños y los jóvenes, con sensibilidad hacia la naturaleza, son el principal activo para sostener una sociedad cada vez más longeva. Este sistema ha sido exportado a todos los continentes gracias a su eficacia, aunque al principio sus detractores rechazaban la gestión de la especie humana de manera fría y maquinal, como si se tratase de pollos del KFC o pinos de repoblación. Sin embargo, con el paso de los años y su aplicación progresiva ha permitido una disminución de la población mundial hasta casi estabilizarse en los seis mil millones de personas.

 

Con la educación actual, las nuevas generaciones no sólo conocen monumentos como la catedral de León o de Burgos, la Sagrada Familia, El escorial (reconstruidos tras los inesperados seísmos de finales de la década de 2020); El sistema educativo prioriza la educación y el conocimiento del mundo vivo y el fomento de la capacidad de comunicación y las relaciones sociales, sin menoscabo del conocimiento de lo inanimado, lo histórico o las grandes obras humanas. Hoy la sociedad no adolece de la tradicional incultura biológica. Las personas conocen el valor de la naturaleza y de las especies, para poder gestionar, conservar y obtener rendimiento económico.

 

La célebre consigna “protegemos lo que valoramos, valoramos lo que conocemos” fue completada y concretada por otro lema “una cultura que no incluye esencialmente el conocimiento del mundo vivo pierde la lógica del propio concepto de cultura, porque la cultura está al servicio de la vida”.

 

El debate en el pasado, tras las pandemias, radicó en no restar importancia a la historia, la filosofía o el arte, para ponderar la biología, la antropología, la educación física, la oratoria, las nuevas tecnologías y la economía. Para ello se diseñaron trenes y barcos-escuela en los que miles de estudiantes de todo el mundo podrían relacionarse a través de diferentes idiomas y, sobre todo, conocer el funcionamiento de los grandes procesos vitales de nuestro planeta, viviendo las experiencias más impresionantes en los parques nacionales más representativos del mundo. Paralelamente, los largos viajes por el mundo han permitido destinar, ordenadamente, lapsos para el aprendizaje de otras disciplinas, cada vez más prácticas o al menos con un enfoque más utilitario.

Actualmente, nuestro programa de viajes, realizado con alumnos desde los 13 años hasta los 20, ha pasado por tres etapas que han sido documentadas a través de plataformas transmedia.

 

La primera etapa, viajes para el conocimiento de los ecosistemas de nuestro entorno inmediato (el parque nacional de los Picos de Europa, las reservas de la biosfera de Alto Bernesga, los Argüellos, Babia y Luna, Laciana y Omaña, y las lagunas de Villafáfila) durante los dos primeros años. Para finalizar la primera etapa, la fase de concienciación final se ha venido haciendo en el gran parque de Paleolítico Vivo, en Burgos, transformado en un “arca de Noé”, próximo al yacimiento paleontológico de Atapuerca.  En la segunda fase recorrimos la mayoría de los museos ecosistémicos o parques nacionales españoles. En la última fase hemos recorrido algunos de los parques nacionales y espacios más representativos del planeta, como en este último viaje en el que visitamos la impresionante caldera del Gnorongoro, un resumen de África, o el inmenso Serengueti, donde los alumnos aprendieron la importancia ambiental, para el planeta y económica para estos países, de las especies clave como los ñus. La visita a la Garganta de Olduvai y el encuentro con los Hadza, los Datoga y los Masai, les ha proporcionado una visión única de nuestra propia especie. Hemos visitado las tundras de Siberia, Estepas como las de Mongolia, Selvas como las de Borneo, Taigas como las del lejano oriente, desiertos como el de Atacama o zonas de afloramiento como la creada por la corriente de Humboldt. Los biomas y los paisajes más impresionantes del planeta para conocer y divulgar la sensibilidad hacia este planeta que debe ser cuidado.

 

Por fin podemos afirmar que la educación bien dirigida ha permitido reprimir los ciclos de retroalimentación destructivos del planeta, aniquilar pandemias y enfermedades hasta dar el salto de la vida a Marte donde la colonización está siendo efectiva y exitosa.

 

Campamento de Natron (Tanzania)

15 de febrero de 2050



 

 

ASIGNATURA SUSPENSA

Por Gerardo Rodríguez Mirallas. Profesor de biología en el Colegio Ntra. Sra. Del Carmen de León y Documentalista del proyecto de divulgación “El Juego de Darwin". 

 

Nuestra civilización acaba de suspender una prueba importante.

Creíamos que nuestros conocimientos serían suficientes para lucirnos en competencia sanitaria, solidaridad y responsabilidad. Con virtudes de opereta, catear es lo esperable si viene un examen imprevisto.

Un virus no demasiado virulento ha provocado el caos en la gestión gubernamental, la rapiña de mascarillas y respiradores durante las escalas en países “amigos” y el comportamiento irresponsable de una población que no ceja en su picaresca hasta rayar la estupidez.

Por primera vez, desde que la mente humana consiguió pulverizar la competencia ecológica, hemos perdido una batalla global frente a la naturaleza; lo que era una madre esclavizada y ciega, parece haberse erizado para lanzarnos una imprecación y reventarnos el tinglado logístico de la civilización.

Y es que todo es cuestión de tiempo; si puede pasar pasará. La naturaleza es paciente y tiene memoria para penalizar todos los excesos de la especie. Si no es ahora será dentro de cincuenta años o de mil, si no es con 8.000 millones de seres humanos será con 10.000 o con 20.000, si no es por el cambio climático, será por una hecatombe sanitaria… o por todo junto, porque todo está relacionado.

Cuando los problemas desbordan la gestión política e ideológica, no basta con delegar temporalmente a la tecnología la búsqueda de soluciones, sino que la situación obliga a abdicar en la ciencia para tomar decisiones correctas sobre problemas reales.

Pero esto sólo será imposible si hay un consenso de la sociedad sobre qué problemas son prioritarios, y eso se hace con conocimientos objetivos y valentía para asumir medidas. Mientras la emergencia de una enfermedad sea más intimidante que el cambio climático y que la pérdida de biodiversidad, no comprenderemos que lo primero es causa de lo segundo. Y mientras los valores morales no tengan a la ciencia como viento de cola, la sociedad se quedará varada en diatribas ineficaces entre sectores ideológicos antagónicos, porque esto no se soluciona tirándose mocos unos a otros. La realidad es muy tozuda y ningún impostor con labia podrá esconderse detrás de la consigna “hago el bien” u ofrecer un cordero en sacrificio esperando dar la campanada y ser recordado por un gesto memorable. Si los políticos no optan por cortar el brazo para salvar el cuerpo, tarde o temprano la gangrena se habrá extendido y provocará un colapso.

Es un problema ontológico en la base y epistemológico en la superficie. Carecemos de la consciencia de un valor universal en el que debería militar todo el mundo y todas las ideologías: el respeto a la Vida.

La Vida tiene su base en los procesos que ocurren en los espacios naturales. Y aquí es donde un viejo aforismo adquiere toda la potencia: no se protege lo que no se valora, no se valora lo que no se conoce.

Esto hay que construirlo desde la base, en la educación. Pero para ello debe haber unas directrices claras que den respaldo y motivación a los educadores y a las familias, responsables de proporcionar la base moral e intelectual de los jóvenes.

Sorprende preguntar a los alumnos de bachillerato por el calentamiento global y que respondan que es una hipótesis catastrofista. Esto no es algo aislado. Sorprende que a estos alumnos españoles se le pregunte por una especie en peligro de extinción y respondan “la mofeta” o algo peor. Sorprende que se les pregunte por un parque nacional español, por un par de ríos de su provincia y por una especie arbórea dominante en la España mediterránea, y nadie sepa responder, ¡ni uno!. Que se les pregunte por Félix Rodríguez de la Fuente y que ninguno haya oído hablar de él.

¿Qué está pasando? Está claro, hemos suspendido y seguiremos haciéndolo (la sociedad, no los alumnos, que son sujetos pasivos de la educación); pero, mientras tanto, la naturaleza, ya sea en forma de virus zoonótico desmadrado o de catástrofes naturales, actuará como un auténtico látigo que como especie nos llevará a las puertas del purgatorio.

Pero que nadie piense que el planeta es vengativo. Todo responde a leyes causales e invariables, sin prebendas para los fueros y privilegios de la especie elegida. Atengámonos a ellas.

Si queremos defendernos de desastres, debemos empezar a darle a la biología ambiental, a nuestro patrimonio natural y a nuestros seres vivos la importancia que tienen. Así, con la ciencia y un código cimentado en las leyes ecológicas, la curiosidad de nuestros jóvenes se convertirá en asombro cuando vean un rebaño de ovejas trashumantes, un roble milenario barrenado por el rayo, una nutria en el río o un caballo de Prewalski en una reserva educativa. Que el verdadero dilema de los espacios naturales sea cómo conservarlos para denotar su función de enormes museos vivientes que nos sirven oxígeno, agua, clima, ganado, defensa frente a plagas y enfermedades y disfrute espiritual. Que el rechazo al plástico, a los incendios o a los venenos sean parte de la lealtad insobornable a nuestra tierra. Que el patrimonio admirado no sean sólo obras humanas, sino los arcanos ocultos en los bosques y las prístinas orillas del mar, que aún quedan sin sepultar bajo urbanizaciones para alojar a pellejudos y barrigones…

Vivimos en un tiempo prestado y esto no se soluciona con achuchones y arcoíris, ni siquiera con la intervención estelar de la ciencia. Es necesario vincular el conocimiento a los valores y que esos valores prioricen el respeto a la vida salvaje.